Twenty five.

It was a new day. Tomorrow would be an important day in his life. The writer knew a thing, actually an important thing:

Everything has an end.

At this time tomorrow the writer probably would change… or maybe he just would be drunk, walking around his own life without hope or agenda.

He would want to be alone. Anybody in that party would be interesting for the writer. Everybody was different. He just wait his moment. His party. Maybe in a couple of years.

His time will come, but won´t tomorrow.

Somos ciudadanos

Somos ciudadanos de un mundo en el que salir a la calle puede suponer un corazón roto. En el que un par de palabras pueden ser arrastradas por el viento más tonto. Las hojas se tambalean y el verde se muere. Necesito rellenar este vacío.

El click de la cerveza lo destapa. El clack del mechero lo ilumina. Es el alma impía, el camino sin destino.

Estamos en una vida en la que pasear por la calle puede suponer un par de golpes y el tercer puñetazo del día. Habitamos un universo capaz de devolvernos el sabor de la sangre a los labios, el terror de la muerte y el cambio.

El sabor amargo construye los cimientos de nuestras casas. La desesperanza funda las alianzas para comprometernos. Vivimos en un mundo donde el sonido de las máquinas de escribir quedan desterrados a los recuerdos, a los sueños.

Los lagos ya no son seres inertes. Mi sentir ya no es algo que me compete.

Contemplar la sonrisa mientras colocas una flor tras su oreja, en el césped, tumbados. Donde no existe el florero ambulante, donde no hay gente paseando con sus miradas impertinentes.

Y para salvarme, conseguir que me odien. Engañar y fingir que no existo, que me he ahogado en un mar de cenizas bajo el chirriante poder de la embriaguez.

Estoy en mi calle. Estoy donde parte de mi nació, en mi pueblo. Y no está conmigo. En realidad no hay nadie, solo rostros sin cara, caras sin rostros. Personas sin humanidad, humanos sin personalidad.

Me vigilan, caminan. Les tengo miedo.

Somos ciudadanos de un mundo donde cuesta respirar, donde llorar cada día es lo más habitual. Ciudadanos de un mundo donde no se puede amar, donde reir cada día es la mayor de las  tonterías. Somos cuidadanos de un lugar llamado mundo, donde existir y escribir son dos cosas distintas.

The begining of the end

Baldosas amarillas que me guían bajo árboles de kilómetros de altura. La lluvia lo inunda todo, el misterio hace flotar las incógnitas sin flotador y la vida sostiene de un hilo invisible.

La gente va bien vestida, trajes y vestidos bonitos. Están incluso sus mayores, todo el mundo bebe, habla y baila animadamente. Había salido un momento, el teléfono. Allí dentro no se podía hablar y había preferido salir del edificio que entrar en el patio y alejarme de las multitudes. Quería ir al punto donde dos o tres años atrás, había mirado inquieto todo lo que se cocía allí dentro. Pero había vuelto a entrar y ahora estaba fuera, hablando con los de siempre, y para variar, comportandome como realmente era yo. La verdad es que todo el mundo parecía haber madurado en ese día, todos estaban serios, al menos, hasta que acabase aquella ceremonia y la noche se abriese paso pidiendo fiesta.

– Oye, ¿sabes si ha venido ya? Me dijo que a estás horas ya estaría aquí.- me preguntó preocupado.

– No, no la he visto. – le contesté sin mirar y sirviendome una copa de algo.

Cuando le miré y vi su fija mirada sabía que estaba viendo algo, de forma que miré para ver que estaba contemplando. Estaba entrando por la puerta al edificio, pero no sabía quienes estabamos al otro lado del hall, en el exterior, cubiertos por el porche donde estaba el escenario.

Sin dirigirme ni una sola palabra más, se marchó y yo me quede solo, tiempo para pensar, pensé. Esta iba a ser mi última oportunidad, sería el día en que sobrepuse el corazón, o por el contrario, el día del if only… como me gustaba nombrar a ese deseo incumplido.

Estaba acostumbrado a tener que…

– Bueno y que, ¿has visto que guapo vengo?- me dijo el alto.

– Increíble, estas impresionante, me estoy conteniendo para no violarte encima de la mesa- le respondí bromeando entre risas.

Él sabia lo que se cocía en mi interior, le habíaa comentado el asunto, pero no pensaba decirle nada de lo que me rondaba la cabeza. No era capaz de hablar del tema.

Dí un buen trago a algo que no recuerdo, fue la primera copa de todas las que bebería esa noche, y me preparé para el impacto, la había visto de lejos, pero no parecía nada…. estaba equivocado, si que era realmente increíble. Describirlo sería malgastar el tiempo, sencillamente estaba preciosa.

Escondí como pude mi cara de asombro mientras me miraba, sabía que había estado deseosa de ver como aparecería vestido, y al menos pude adivinar, por la expresión de su cara, que no le desagradaba del todo. Esperaba recibir alguna que otra señal divina para saber si debía actuar o irme de allí con las manos vacías.

La tarde se convirtió en noche, y no hubo ningñun tipo de contacto. Yo no paraba de pasearme por las inmediaciones, pero ella no parecía recordar que ni siquiera existiese. Sonreía, era feliz, y no se separaba de él. La noche estaba dictaminada en un gran: estate quieto y no fastidies las cosas, esta no es una de esas veces que tienes que contar hasta cinco y actuar, esta vez, dejalo ir.

Dejarlo ir, lo más difícil que había en el mundo para mi, dejar ir lo que fuese, yo no sabía, y sigo sin saber, claudicar. Comprometerme, eso se me da de maravilla.

Inmediatamente me acordé de que mi padre estaba allí, hablando con vete a saber quién. Y por mi mente pasaron rápidamente las imagenes de su cuerpo sin vida en la morgue, de mi mismo facturando su feretro en el aeropuerto y gritandole a Cindy, con veinte años más, por lo menos. Aún me quedaba por medio el, no cruces esa linea, quiza otros puedan, pero tu no.

Porque Gabriella estaba allí, pero no era yo quien faltaba a un compromiso, era al revés. Y no sabía que pudiese ser capaz de empujar a una persona a hacerlo. No había ninguna Sarah, ya no, o de momento no.

Me olvidaba a ratos de mi mala suerte, y quizá me divertí un poco, pero no dejaba de pensar que era la última vez y a ella, no le importaba lo más mínimo. Teniendo todo el tiempo del mundo y esa precisa noche, no se despegaban. No es culpa de nadie, cada uno decide sus actos, el resto tendrán que apechugar con lo que decidas.

– ¿Bailas?

-Porque no…- sonreí.

Hacía un par de meses que me había besado con la mujer equivocada y ahora ella me buscaba a diestro y siniestro, mientras a mi, quien me preocupaba no era Ana, sino Gabriella. La euforia del discurso se me había pasado. Y pude ver la cara de diversión de Margo, que disfrutaba viendo a cualquier chica detrás de su hijo.

Y de repente, en un pequeño giro mientras bailaba agarrado a aquella chica, la ví, ella tambien bailaba con él, y me vió. Sin que nuestros acompañantes se percatasen de nada, los diez segundos que bailamos los cuatro sin movernos, la miré y sonreí, intentando transmitir una complice amistad. Ella, sin embargo, se quedo mirando fijamente a mis ojos, sin sonreir, incluso parecía sustada, agobiada.

-Perdona, me están llamando al movil, ¿me disculpas?- le dije a mi acompañante.

Me alejé del tumulto y me perdí tras el pequeño edificio que acompañaba al principal. Me senté en un banco y espré paciente, a que ella, por arte de magia, decidiese seguirme.

No había nadie, todos estaban en la fiesta. ¿Tan distinto de los demás era? No sabñia por qué, pero siempre ma habían gustado las cosas extrañas, como por ejemplo, alejarme y quedarme solo mientras toda «mi gente´´ estaba celebrando una fiesta, era un momento de intimidad que realmente valoraba, aunque no necesitase estar solo para nada importante, era tan solo algo que me gustaba. Me sentía como un espectador de mi vida, viviendo una de las grandes fiestas de mi existencia apartado, como una especie de Dios. Podría quedarme horas allí solo.

Era estúpido, ella no venía, y no iba a venir. Tras veinte minutos, regresé a la fiesta. Gabriella tambien estaba apartada de todos, pero con él, y se lo estaban pasando bien, mejor que yo, digamos.

Me empecé a reir solo y Christian se fijó. Había bebido y poniendome la mano en el hombro, me apartó del centro del festejo y del baile.

– ¿Qué tal te lo estás pasando? – me preguntó

– Genial, genial- y seguía riendo, esa típica risa que me caracteriza cuando estoy asombrado de forma negativa, una risa que sustituye al lloro. Era un hábito adquirido de mi yo.

Unas horas más tarde, me encontraba hecho polvo, la gente empezaba a hablar de que hacer después y yo, no había hecho nada.

De repente, noté un toque en el hombro y me dí la vuelta. Allí estaba, en el último momento, en el último segundo. Me apetecía decirle que se fuera, que no quería saber nada, que ya era tarde, para siempre.

-Hola.

-Hola.

Ahora si sonreia, sonreía y mi mente se quedaba en blanco, centraba toda su capacidad en mirar sus ojos, en nada.

– ¿Te lo estás pasando bien?- me pregunto

– Si, genial (medio de verdad, medio sacarcastico). Oye, ¿dónde está él?

– Está fuera, con sus padres y los mios, hablando. Yo he dicho que no tardaba nada, que quería despedirme de alguna gente. – explicó

– ¿Ya está?- pregunté apesumbrado

Ella respondió encogiendose de hombros.

– ¿Esto es todo? ¿Asi acaba?

Tenía tanto miedo de que aquello significase tanto para mi, y mucho menos para ella, que me costaba centrarme en lo que estaba diciendo.

– Supongo, las historias bonitas no siempre tienen un final feliz.

¿Que quería decir aquello? ¿Era un simple comentario o me estaba dando pista libre? ¿estaba simplemente comentado que se había quedado con las ganas para siempre o era una graciosa manera de decir adios, que te vaya bonito?
No más preguntas extrañas, no mas interpretaciones ni esperas.

– Ven un momento.

Fuimos al lugar en el que había estado esperando. No había nadie, excepto una pareja bailando sin musica a muchos metros.

La paré en aquel lugar y me puse enfrente. Mi corazón empezaba a acelerarse más de lo que estaba antes, y las palabras no me iban a salir.

– Si esto se va a acabar, quiero que lo haga con la verdad.

Tras estas palabras, no recuerdo exactamente lo que dije, pero sé que no quedño nada a la sombra. No sabía reconocer la mirada de Gabriella, no sabía que iba a pasar. Podía marcharse, pegarme, besarme o simplemente quedarse ahí parada sin decir nada.

Empezó a hablar, y mis oidos querian quedarse sordos, no necesitaban escuchar otro resquebrajamiento de mi corazón, no querían escuchar otro: lo siento, yo no. Pero sabía a lo que me exponía al realizar aquello, no era con animo de lucro, tan solo quería expresar lo que sentía, nada más.

Las palabras que salieron de sus labios eran confusas, me dieron a entender un poco de todo, tanto que si, como que no. No se decidia por nada, neutralidad al poder, pensé. Era lo peor que podía escuchar. A continuación, hice lo único que se me ocurrió: quedarme mirandola fijamente a los ojos y dar un paso al frente, muy despacio. había dos posibles salidas: si movía, por poco que fuese, un musculo hacia delante, si daba un paso hacia mí, la besaría. Si contaba cinco segundos, mis cinco segundos, y no daba un paso, me acercaría, le daría un beso en la mejilla, y la dejaría irse.

El terror era tan loco, tan real… no sabía que hacer con él.

Uno, dos, tres, cua…tro y cinco. El miedo desapareció, ella no se movió.

Avancé, alargué una mano para acariciarle la mejilla y me incliné para besarle la otra mejilla. Mientras me separaba despacio de su mejilla, me miró a los ojos, y sin pensarlo, sin querer hacerlo, me paré en seco, como si estuviese esperando al beso, me paré como si momentos después fuese a acercarme a sus labios lentamente. Entonces, y en medio del torbellino de emociones, ella ……

Rip in an ordinary night

Se que me oyes, se que estás ahí. Puedo sentir tu fragancia esperando, silenciosa y expectante, esperando.

La lluvia se escurre, compitiendo consigo misma en forma de gotas, para ver que parte llega antes al final de la ventana en una carrera donde al final todas las participantes desaparecen. La noche está cerrada y al otro lado una ciudad de luces se empapa bajo un húmedo manto.

El corazón se me encogía, sentía tu presencia, escuchaba tus zapatos detrás de mí, estabas dejando tu bolso en la mesa, en el reflejo de la ventana veía mi cuerpo, veía tu alma.

Sabía que eras tú, podía olerte, pero no sabía quién eras. Eres o no eres. Un grito desgarrador escuché en mi retaguardia, un golpe, un vaso de cristal estallando contra la moqueta del suelo, y un portazo, el portazo que me haría darme la vuelta.

Y ahí estabas, tirada en el suelo, con tu vestido negro oscureciendose por el acuoso vino de tu carne. Lentamente te dí la vuelta, te miré a la cara. Tus ojos estaban abiertos, mirandome a mí, mirando a nada. No podría haber gritado aunque hubiese querido, mi voz no existía, mi voluntad desistía. Tus labios cerrados, húmedos y brillantes me contaban que habías probado el vaso de alcohol ahora hecho añicos a unos metros de tu cuerpo. La sangre y el whisky corrían extendiendose por la moqueta hasta encontrarse uno con el otro y fundirse en uno solo, en la muerte, en esa combinación que jamás olvidaría.

Tus pupilas mentían, me hacían creer que ibas a hablarme en cualquier momento, que incluso te inclinarías hacia delante y me besarías, que tus oscuros ojos y tus carnosos labios jugaban a petrificarse. Pero la realidad era otra, tu mundo se había apagado, tu visión de las cosas ya no existía. Ya no reaccionarías ante nada, no reirías por ningún motivo y el resto de la vida del mundo continuaría sin saber como hubieses respondido ante cualquier situación, porque aquella situación era irreparable, te apagaste en una noche cualquiera, como una farola en un mar de luces. Mi farola, mi guardián, mi protector en la oscuridad, mi salvavidas.

Cerré tus párpados, y desearía haber podido cerrar también los míos. Mi visión era algo borrosa, las lágrimas habían tardado en aparecer. De tu estómago había parado de brotar sangre, y por tu cuerpo ya solo corría lo que manaba de mis ojos.

Me acerqué a la ventana y dejé donde vivías detrás mía, en el suelo.

Mirando mi reflejo en el espejo del mundo me hallo. Escapando día a día de aquel recuerdo, y si pienso que no estoy loco, eso es que no estoy cuerdo.

El sonido de la puerta abriendose, me doy la vuelta. Mirando al asesino, contemplando mi retrato, podemos decir que la vida no te la quitó un gato.

Y cuando escucho la lluvia, cuando veo mi reflejo, se que mi alma se ha ido porque con ella ya no vivo.